lunes, 16 de junio de 2014

Daniel Martínez: "Darío Barrio era un piloto polifacético y extrovertido"

Dani Martínez y Darío Barrio,
en pleno vuelo para realizar un salto
FºJUAN TORRES (DIARIO JAEN)
El experimentado piloto compartió durante muchos años horas de vuelo, en el cielo de la Sierra de Segura, con el afamado cocinero. Pilotó el “paratrike” desde el que semanas antes el fallecido Darío Barrio realizó unos ensayos previos a la cita aérea del FIA

—¿Cómo se había preparado la monumental Acro este año?

—Quisimos ampliar la III Monumental Acro en el XV Festival Internacional del Aire (FIA), realizar unos saltos base allí y hacer, además, un sencillo homenaje a Álvaro Bultó, por iniciativa mía. Después vino todo. Estaba en la torre con muchas personas, dos de ellas sus propios hijos, vi venir a Darío y caerse en pérdida sobre la ladera del monte del castillo. Los saltos se ensayaron con Armando del Rey y Darío Barrio “in situ”. Salieron perfectos, se grabaron y editaron y Armando los publicó en la Red. El día fatídico del salto quizá lo pudo haber evitado abriendo antes y desistiendo de su pasada por la torre.

—¿Cuándo vio que el salto de Barrio no iba bien?
—Darío comenzó a planear mal, muy lento, como en pérdida, queriendo pilotar aquel bonito traje de alas azul y blanco sobre nuestras cabezas. Algo hubo ahí que no lo hizo como siempre hacía, con velocidad, como un rayo. Cuando la torre del homenaje le supuso un obstáculo infranqueable, optó por desviarse al norte e intentar pasar el collado de Góntar, y se desplomó seguidamente. Desapareció de nuestra vista, en lo alto de la torre. Ese “bum” que hizo al golpear con la tierra no lo olvidaré jamás, lo oiré cada vez que pase por allí, y lo hago a menudo.

—¿Qué sucedió realmente?
—El por qué sucedió así nunca lo sabremos. Eso ha quedado con Darío Barrio, y para nosotros queda el beso que lanzó a la cámara antes del salto, iba para sus hijos, sus amigos y su familia entera. El pasado viernes, en el funeral en Madrid, pude comprobar cómo la comunidad paracaidista le brindaba un gran apoyo y respeto, pero con la alegría de recordar a alguien tan polifacético y extrovertido.

—¿Cómo fueron los momentos que compartió con sus hijos?
—Duros. Compartí los cuidados de sus dos hijos aquella noche, dándoles de cenar, bromeando, oyendo cuánta admiración tenían por su héroe, el “Pro”, como lo llamaban, y acostándolos ya dormidos en sus camas hasta que la familia se hizo cargo.

—¿Qué es lo que peor lleva de lo que ha leído o escuchado?
—Les diría que lo más peligroso que hacemos en nuestras vidas es, quizá, nacer, es nuestro sino el morir, pues la eternidad aún nos está vetada. Nadie, excepto el suicida, conoce la forma en que abandona esta “tierra media”, y sabemos que gracias al arrojo y valor de muchos de nuestros antepasados hoy disfrutamos de esta sociedad de adelantos y confort. Hay quien decide “matarse lentamente” y, cada día, hay quien se entrega a aventuras y desafíos a costa de perder de golpe nuestro preciado bien.

—Una frase para el recuerdo.
—Del poeta Jorge Manrique, que decía: “Nuestras vidas son los ríos, que al morir, van a dar a la mar”.

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